martes, 5 de julio de 2011

Y el próximo programa... Delicatessen





Año de estreno: 1991.
Productor: Claudie Ossard.
Directores: Jean-Pierre Jeunet, Marc Caro.
Guión original: Jean-Pierre Jeunet, Marc Caro, Gilles Adrien.
Fotografía: Darius Khondji.
Música: Carlos D'Alessio.
Intérpretes principales: Dominique Pinon (Louisson), Marie-Laure Dougnac (Julie), Jean-Claude Dreyfus (el carnicero).
En un futuro de ubicación y circunstancias indeterminadas, pero muy probablemente tras un conflicto a gran escala que arruinó economicamente el planeta y desposeyó a la humanidad de todos sus recursos alimenticios salvo las legumbres (usadas a modo de dinero, y por tanto sagradas e incomestibles) y la carne humana, los grupos de personas supervivientes han degenerado en una sociedad jerárquica en que la violencia aleatoria y la antropofagia se han convertido en normas diarias. Sin embargo, esto no sucede en el 129 bis de la Plaza de la Albúmina, un edificio de plantas regido con mano de hierro por un cruel carnicero, que atrae a gente del exterior con promesas de trabajo y seguridad para sacrificarlos y repartir su carne entre los inquilinos del inmueble, evitando que nadie mate a nadie dentro de esa pequeña comunidad. Este plan, tan maquiavélico como efectivo, se truncará sin embargo con la llegada de Louisson, un simpático ex-payaso de vida errabunda que despertará la ternura de Julie, la hija del carnicero, que le revela la trama. Juntos, soñarán con escapar de ese ambiente opresivo, llegando a contactar para ello con los misterioros "trogloditas", rebeldes comedores de legumbres que viven en las antiguas alcantarillas.

Extraña y visualmente fascinante, la más conocida de las colaboraciones de la dupla Jeunet-Caro incluye lo mejor de ambos directores: el lado luminoso y positivo del primero, y el cínico y socarrón del segundo. Entre ambos orquestan un siniestro cuento sin moraleja alguna, en que lo principal es la atmósfera que flota a lo largo de toda la cinta y amalgama a los personajes en su poderosa imaginería. Como espectadores, no podemos dejar de mirar una narración en que la estética es lo predominante: al poco de comenzar la película, el argumento y los personajes dejan de importarnos, sumergidos como estamos en una sugerente fotografía de tonos ocres que nos desvela una distopía construída hasta los más pequeños pormenores cuyas tuberías, muelles y demás objetos arcaizantes embellecen el encuadre hasta límites insospechados. Jugueteando con la cámara, siempre en ángulos sorpresivos, ambos directores van creando un ritmo casi musical para las desavenencias del antiguo payaso y su enamorada, que culmina en una gran fanfarria en la que el efectismo y el truco se han adueñado ya de todo y nos han convertido de nuevo en niños que no pueden más que aplaudir ante un truco grandilocuente y cómplice. Una propuesta sin duda original y refrescante del cine francés reciente, que ya adelanta la colaboración de Jeunet con el mago de lo visual Pitof, y adelantan en cierta manera (no hay más que ver los créditos iniciales y la presencia de ciertos actores, por ejemplo) a la revolucionaria Amelie.

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